¿Y si…? Una segunda oportunidad en Palm Springs
- Angela Domenech
- 17 feb
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 27 mar

Un grito ensordecedor por dentro.
Afuera, silencio.
Aquella mañana el sol pegaba fuerte, como casi siempre aquí. “Cómo me han gustado siempre esas montañas”, pensaba.
Las montañas de San Jacinto, siempre en su lugar contemplando el desierto, se elevaban como una muralla natural que contrasta con el cielo azul intenso.
Las altísimas palmeras le recordaban que no era el único allí tragando arena y luchando contra el viento.
A su paso, algunos restos de la arquitectura moderna de aquellos maravillosos años 50 y 60, dejaban ver que aquí también hubo una época dorada cuando las grandes estrellas de Hollywood se refugiaban en los rincones de Palm Springs llenándolo de glamour.
¿Te imaginas esos cócteles frecuentados por Frank Sinatra y Merilyn Monroe, aquellos vestidos y peinados de la época…?
En medio de la actual inmensidad de tierra, rocas, y arbustos dispersos que reinan el lugar hoy en día, sin duda las mañanas son siempre el mejor momento para salir.
Cuando el mundo aún está medio dormido y el espectáculo del sol saliendo entre las montañas.
El viento no perdonaba esa mañana, para variar, y Joe pedaleaba como cada día, con fuerza sintiendo cada músculo en sus piernas tensarse y relajarse con cada giro del pedal.
¡Qué lujo desconectar así del ruido, sentir que podía controlar una pequeña parte en un mundo impredecible!
Escuchaba el latido de su corazón acompasado con el de sus ruedas. Nada más importaba.
Libertad, era la palabra que reinaba.
Sin embargo, no hay que olvidar que ese paisaje idílico del desierto puede volverse hostil en un instante y una ráfaga de aire puede levantar enormes cortinas de polvo como un recordatorio de que aquí, la naturaleza no perdona distracciones.
Entonces, como suele pasar con los cambios, su vida se transformó en un segundo.
PGGGGGGGGG
El rugido de un coche a toda velocidad, el grito interno que no tuvo tiempo de salir de su boca, el impacto brutal que le lanzó por los aires.
Silencio.
Luego, dolor.
Un dolor tan profundo que no era solo físico, era una certeza helada que le recorrió el cuerpo entero: algo estaba roto. Algo estaba realmente mal.
El olor a roca dio paso al del desinfectante.
El sonido del viento en los cañones, a las voces apagadas de los médicos.
Llegaban palabras a su cerebro pero su mente se negaba a procesarlas:
“Fractura en varias vértebras”, “cirugía urgente”, “probabilidades mínimas de volver a caminar”.
No.
No podía ser. Sus sueños no podían terminar así, a sus 23 años.
“¿Qué pasaría si...?” Ese fue el momento clave.
Podía haber pensado mil cosas del tipo: “mi vida se ha terminado” “qué va a ser de mí” “que voy a hacer ahora”
Su pensamiento dió paso a una pregunta distinta:
“¿Qué pasaría si …no aceptaba este diagnóstico como definitivo? ¿Qué pasaría si su mente tuviera la capacidad de sanar su cuerpo?”
Cerró los ojos. Inspiró. Sentió el aire entrando en sus pulmones, llenándose de una energía desconocida. Y entonces, empezó a visualizarlo.
No era una fantasía, no era un sueño. No era un deseo con dolor de que algo imposible sucediera.
Era él sintiendo cada paso que daba, viendo su columna vertebral reconstruyéndose, célula por célula, con una precisión quirúrgica.
Hizo esto todos los días, con una determinación feroz.
No dudaba. Ni un solo pensamiento podía contradecirse. Se iba a sanar.
Al principio, era difícil. Su mente se resistía, lanzaba dudas como dardos envenenados: “¿Y si esto no funciona? ¿Y si estás perdiendo el tiempo?”.
La mente queriendo protegerle…
Pero aprendió a callar esa voz. A reemplazarla con otra más poderosa.
“Mi cuerpo está sanando. Mi columna está perfecta. Estoy caminando.”
Algunos, con sus miedos, dirían que es peligroso pensar así. ¿Qué pasará cuando no lo consiga? ¿Qué pasará cuando después de sentir que camina, compruebe que no lo hace?
Es lógico.
Pero no para él: “¿Que pasaría si lo consigo?”, pensaba.
Pasaron semanas. Luego los meses. Y un día, contra todo pronóstico, movió un dedo del pie.
Luego otro.
Poco a poco, su cuerpo empezó a responder. Lo que los médicos llamaban imposible se estaba convirtiendo en su realidad.
Porque él ya lo había visto antes en su mente. Lo había creado.
Y al recuperar la totalidad de su movilidad, pasó de ser Joe, a ser un milagro.
Esta es la historia del famoso Dr. Joe Dispeza contada con mis palabras mezcladas con recuerdos de mi paso por el hostil Palm Springs.
La historia de aquel hombre que se negó a aceptar su destino convirtiéndose en una de las figuras más influyentes de nuestro tiempo en la conexión entre mente y cuerpo.
Su historia es la prueba viviente de que el pensamiento moldea la realidad, de que el cuerpo responde a lo que la mente cree posible.
Sus investigaciones y estudios posteriores, la evidencia de que nuestra mente tiene ese poder.
Ese joven que un día sintió el viento en su cara y creyó que nada lo detendría tenía razón.
Y hoy enseña al mundo que somos capaces de mucho más de lo que imaginamos.
Volvamos al momento clave: ¿qué pasaría si…?
¿Que pasaría si aplicaras lo mismo en tu vida?
Piensa en algo que crees imposible, algo que sientes fuera de tu alcance.
Ahora, cierra los ojos. Imagina que ya lo tienes, que ya es tuyo. No como un deseo lejano, sino como una certeza absoluta.
Si lo ves con suficiente claridad, si lo sientes con suficiente intensidad, tu mente empezará a construir ese camino.
¿Te ves ahí siendo la siguiente Merilyn Monroe? asi será si es lo que quieres…
(aunque, ahí va un truco: si cantas horrible mejor intenciona otra cosa, la coherencia también cuenta)
Te dejo soñando mientras yo cierro los ojos e imagino mi futuro prometedor. Nos vemos en nuestra próxima aventura, ¡¡¡desde Brasil!!!
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